Fué en primavera, en Extremadura, muy cerca de Portugal. El día había sido largo, con la visita a un hermoso pero remoto cortijo por temas profesionales. Un anaranjado cielo anunciaba la noche y nos quedaba un penoso y cansino trayecto de vuelta que recorrer. A determinada altura de la carretera el trasiego de aves se hizo muy intenso, y entonces, tras la línea del horizonte, apareció la escena: Las aves volvían ordenadamente a sus nidos sostenidos sobre un centenar de postes de madera formando un impresionante residencial para cigüeñas. Sin dudar del emplazamiento exacto que les correspondía en semejante escenario, las cigüeñas sencillamente ocupaban su lugar -de dos en dos, uahh-, exponiendo sus silueta emparejadas al contrasol del anochecer.
Desde la cuneta de la carretera asistimos a este sencillo pero grandioso espectáculo de la naturaleza y creo que en nuestro interior todos pensabamos que qué pena que los humanos no nos fijemos más en ella y aprendamos de su profunda sabiduría.
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